2012 |
UN AGUJERITO EN MI CASITA
Ángel
era un niño de mirada inocente llena de paz, en la que podía verse la
transparencia del agua pura de un arroyo de alta montaña y el revoloteo de una
mariposa blanca.
Vivía
rodeado de naturaleza, en un paraíso de bellos paisajes que crecían desde la
blancura de su alma, alimentada con amor y ternura.
El
sol que le alumbraba acariciaba su rostro dando luz a sus ojos y expresando al
mismo tiempo una maravillosa sonrisa.
Eran
fechas muy especiales ya que la navidad se acercaba con días de alegría, calor
familiar y puñados de esperanzas
derramadas entre sus dedos, como arena del mar.
Sus
manitas recorrían despacito los cristales de su casa desde los que podía
contemplar ese mundo tan diferente y a la vez tan bello.
Su
mamá, su papá y sus hermanos jugaban sonriéndole desde el otro lado y
sentía el calor de sus corazones
atravesando la inevitable barrera transparente.
Podía
ver a otros niños desde las ventanas de sus hogares, observando el mismo
paisaje exterior, cubriéndose todo poco a
poco de un manto blanco que regalaba un aspecto diferente a árboles y tejados.
En
el centro de la calle un pino de gran altura esperaba con tranquilidad y
elegancia a las personas que se acercaban con bonitos objetos de colores,
llenos de promesas y peticiones que colgarían sobre sus ramas.
Ángel
esperaba a que apareciese su amigo Bruno que, como todos los años, se encargaría
de colocar las bombillas en el contorno del árbol, alumbrándolo de forma
intermitente hasta el último día de esas fiestas tan bonitas.
Algunos
niños abrirían sus ventanas para saludarlo y abrazarlo, a la vez que le
entregarían un pequeño paquetito para
que lo colocase al pié del árbol, formando parte de la bella estampa.
La
ventana de Ángel estaba estropeada desde hacía tiempo y no la podía abrir.
Bruno
lo sabía y como todos los años se acercaría para saludarlo con una sonrisa
cascabelera, depositando un beso sobre el cristal y dejando una huella cálida
que permanecería durante todos esos días.
A
Ángel también le gustaría que Bruno pudiera acercar al pie del árbol ese deseo,
que desde hacía mucho tiempo le rondaba por su cabeza y que podría, con
seguridad, llenarle el alma de alegría y
esperanza si lo conseguía.
¿Cómo
se lo haría llegar a Bruno?...
Ángel
recorría con sus manitas el cristal de su ventana sin encontrar un resquicio
por donde sacar un dedito o una nota escrita con el pensamiento que fuera
traducida desde el querer de Bruno. Pronto se daría cuenta de que su ventana le
rodeaba por completo pareciendo su habitáculo una casita de cristal.
Sin
desesperar vivía los días con alegría, transmitiendo dulzura al otro lado de su
transparencia, confiando en esa frase que dice: “SI TU QUIERES, YO PUEDO”.
La
noche se acercaba y la mañana siguiente era el día clave.
Ángel
cerró sus ojos de color azul celeste y voló entre sueños recorriendo las
calles de la ciudad. Esta vez, libre del cristal, corrió por el camino que
llegaba hasta la casa de Edurne, su tutora y profe de lengua de signos; También
saltó la valla de la granja de Julián, quien le había enseñado las ovejas, las vacas,
los cerditos, las gallinitas del corral y un gato aterciopelado llamado Tuxo.
Por
la Avenida cruzaba la calle Begoña, la profe de la sala multisensorial, y Nati, la profesora de religión que canta y
toca la guitarra muy bien.
Dando
la vuelta, en la siguiente manzana y subiendo la cuesta empinada estaba la
iglesia de Santa Vicenta María, donde Bruno reza sus oraciones y donde Ángel hizo
su primera comunión.
Se
acercó y entró en el edificio. El olor de las velas encendidas junto al
incienso recién quemado inundaban la estancia y, en uno de los bancos cercanos
al altar, se encontraban varias personas entre las cuales distinguió a Bruno en un estado de recogimiento.
Ángel
jugaba con la ventaja de que nadie podía verle y aprovechó la circunstancia
para acercarse a Bruno y acurrucarse en su regazo. Mientras estaba así de a
gustito, miró sus ojos amielados transmitiéndole sin palabras su deseo para el
año nuevo. Parecía que Bruno esbozaba una sonrisa a la vez que uno de sus ojos
hacía un pequeño guiño y Ángel sintió que su alma se hacía tan grande que no
quedaba nada fuera de ella; depositó un
beso en su cálida mejilla sonrosada por el frío de la noche y regresó a su casita
antes de que amaneciera.
Mamá
apareció temprano para despertar a Ángel con mil besos y arrullos; mientras, él
la observaba detrás del cristal y le regalaba una sonrisa que no le cabía en la
cara.
Como
todos los días su hermana le dio el desayuno y lo acercó a la ventana para que
disfrutase del espectáculo navideño que acontecía en la calle, no sin antes
limpiarle la cara y las manos con el jabón perfumado de esencias.
En
pocos minutos comenzaron a llegar muchas personas que adornaron el pino
majestuoso con sus paquetitos llenos de deseos.
Seguidamente
apareció Bruno arrastrando un cable muy
largo lleno de bombillas.
Iba
recogiendo también los paquetes de
algunas personas para colocarlos en la parte más alta del pino, gracias a la escalera que los bomberos le habían
prestado para la ocasión.
Bolas
de colores, serpentinas, espumillón, lazos y otros elementos iban componiendo
una estampa de lo más variopinto.
La
alegría se percibía en el aire como una brisa aromática, el castañero poniendo
un poquito de calor al frío intenso del invierno, los abuelitos que
contemplaban el montaje apoyados en sus bastones y señalando con ellos a la
copa del árbol mientras hablaban unos con otros, niños que gritaban de alegría
pensando en los regalos y mamás y papás que hacían las compras para la cena de
esa noche.
Algunos
niños ya habían abierto sus ventanas para abrazar a Bruno y Ángel esperaba su
turno con paciencia y alegría. El timbre
de la puerta sonó enseguida y papá fue a abrir. Oyó sonidos graves que le
resultaban familiares y de pronto Bruno se acercó para depositar un beso en su
cristal.
Ese
día la sonrisa de Ángel era especial y Bruno apreció el detalle con asombro sin darse
cuenta de que sus ojos habían penetrado en el azul celeste del niño e iban
viajando por ellos como si fuera un sueño.
Así
Bruno recorrió el amplio espacio encontrando algunas nubes que se unían entre
ellas para formar palabras como “casa”, “agujero”… algunos artículos
determinados, etc.
Como
si fuera un pequeño puzle y uniendo las palabras entre sí, formó la frase: “UN
AGUJERITO EN MI CASITA” y fué entonces cuando regresó a esa sonrisa
que parecía mucho más especial.
Bruno
le guiñó un ojo, cogió un papel donde
escribir la frase para que no se le olvidase y se la enseñó a Ángel
para que viera que lo había entendido. Los ojos del niño comenzaron a brillar con más intensidad, albergando la esperanza de que ese año su deseo estaría junto
al resto de los deseos, en una cajita
blanca al pie del árbol.
Bruno
prometió volver como todos los años y
Ángel escribió en su pensamiento: “TE ESPERARÉ”, permaneciendo en su memoria por y
para siempre como símbolo de la esperanza.
Ángel
sabía que el querer de Bruno era verdadero y que por su querer podría cumplir su deseo.
Bruno tuvo una experiencia inolvidable que caló
profundamente en su ser, descubriendo en ese azul celeste a un niño blanco, de
cuya pureza podría aprender muchísimas cosas que transmitiría con la misma esperanza.
“Podría acceder a tu mundo si con tu querer consiguiéramos
abrir un agujerito en mi casita”
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